Empezar el año el 1 de enero, se lleva a cabo
desde que en 1582, el papa Gregorio XIII, reemplazó el calendario juliano
vigente hasta ese momento por el que se festejaba en casi todo el mundo el 21
de marzo, coincidiendo con el equinoccio de primavera, por el calendario actual
que tomó el nombre de “gregoriano” en honor del mencionado papa.
El origen de este cambio llegó a raíz de los
acuerdos producidos en el Concilio de
Trento. El objetivo era eliminar el desfase producido desde el I Concilio
de Nicea, en el 325, en el que se intentó adecuar el calendario
litúrgico al civil pero se cometió un pequeño error de cálculo en el número de
días que tiene el año y que produjo un desfase de poco más de once minutos que
se fue acumulando y en 1582, ya era de 10 días.
Curiosamente, el germen del calendario gregoriano
fueron dos estudios realizados en 1515 y 1578 por científicos de la Universidad de Salamanca,
que fueron enviados a la Iglesia. El primero no fue atendido pero el segundo
sirvió como base al actual calendario mundial.
Mientras que empezar el año el 21 de marzo,
recordaba el inicio de un nuevo ciclo de la vida después del invierno,
comenzarlo el 1 de enero, se hacía coincidir con el supuesto día de la
circuncisión de Jesús.
Los primeros en adaptarse al calendario gregoriano
fueron los países católicos y sus colonias, en nombre de su obediencia al Papa.
Los restantes continuaron durante varios
siglos más festejando su año nuevo el 21 de marzo.
El calendario gregoriano parte de la idea de que
la Era Cristiana comenzó 1582 antes de su elaboración y aunque en él hay un
error de un día cada 3300 años, es el que se utiliza universalmente porque un
calendario no es importante por una enorme precisión en la medición del tiempo,
sino por tener una precisión razonable y una fundamentación clara y aceptada
por todos.
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