domingo, 27 de enero de 2019

ALAN BENNETT (Leeds, 1934)

 No es de los autores británicos contemporáneos más conocidos pero sí uno de los más prolíficos, con más de treinta novelas y relatos, dramaturgo de una veintena de obras, guiones de cine, televisión y radio, inimitables diarios e incluso algunos papeles de actor, que lo convierten en realidad, en uno de los más interesantes literatos.

Su agudeza intelectual e ingenio le han permitido ser un experto en el análisis de las costumbres del inglés y de sus instituciones a través de la variedad de géneros que aborda.

Un inglés en el extranjero y las dos series Talking Heads, se citan regularmente entre los mayores logros de la televisión británica y es considerado como el monologista televisivo más importante.

Su propia personalidad, le confiere habilidad para ponerse en la piel de personas retraídas y escribir sobre ellas con mucha empatía, compasión y humor irónico mientras que la actitud de Bennett hacia Inglaterra y sus instituciones, se mueve entre la fidelidad y el escepticismo desapegado.

Su ingente producción menguó significativamente a finales de los 90 y principios de los 2000. Aunque en principio, lo justificaba como bloqueo de escritor, terminó admitiendo que se había sometido a un tratamiento contra el cáncer. Lo reveló en su colección de diarios, Untold Stories, donde habó también sobre su homosexualidad, su historial familiar de enfermedades mentales y sus motivos para rechazar el título de caballero.

Cuando en 2008, donó toda su colección de manuscritos, notas y borradores y guiones de su carrera literaria durante cincuenta años, a la Biblioteca Bodleian, en la Universidad de Oxford, dijo que lo veía como el pago de una deuda acumulada durante años de educación gratuita cuando era niño en la escuela primaria y luego en la propia universidad.

Ha obtenido más de treinta premios, entre ellos, cinco Laurence Olivier Awards, dos Baftas, cinco Evening Standard Awards y cuatro British Book Awards.

Algunas de sus obras, traducidas al español:
  • Una patata frita en el azúcar
  • Una cama entre lentejas
  • Una señora de letras
  • Su gran oportunidad
  • Ir tirando
  • Una galleta Crácker bajo el sofá
  • Una mujer sin importancia
  • Con lo puesto
  • La ceremonia del masaje
  • La señora del furgón
  • La mano de Dios
  • La señorita Fozzard hace pie
  • Jugando a los bocadillos
  • El perro en el patio
  • Noches en los jardines de España
  • Esperando el telegrama
  • Una lectora nada común
  • La dama de la furgoneta
  • Dos historias nada decentes

Comentarios al libro La dama de la furgoneta, en la página LEO, LEES, LEEMOS 

lunes, 14 de enero de 2019

PERIPECIAS DE UN MUERTO







D. Juan de Austria, de Pantoja
A raíz de la lectura del último libro en el club, El bello ojo de la tuerta, anotamos anécdotas acaecidas en la figura de uno de los personajes, D, Juan de Austria, que aparecía en segundo plano en la trama de la historia y que nos han parecido interesantes.

Después de los importantes servicios que D. Juan de Austria había proporcionado a la corona, se le había trasladado a Flandes donde murió  de manera  no muy clara, con  poco mas de treinta años.

Aunque se han escrito múltiples libros sobre su figura, los historiadores no se ponen de acuerdo en cual fue la causa principal que lo llevó a la sepultura. Algunos opinan (Guillermo de Orange, por ejemplo, en su obra Apología), que fue envenenado por orden de su hemanastro, Felipe II.

La mayoría de cronistas coincide en que se debió a un tifus o tabardillo, dolencia común en tiempos de guerra en donde la falta de higiene y la mala alimentación son grandes.

Otros opinan que, tal vez, la muerte se debiera a algo que, de haberse hecho público, hubiera perjudicado  la idealización de la figura del héroe de Lepanto: las hemorroides. D. Juan las padecía, al igual que su padre Carlos V, pues ambos habían pasado mucho tiempo a lomos de un caballo.Según el médico inglés Mac Laurin, lo que le llevó a la tumba fue la unión del tifus junto a unas almorranas mal curadas. 

El testimonio que más verosimilitud nos proporciona es el de Dionisio Daza Chacón, médico personal de D. Juan durante la batalla de Lepanto, que en su obra Práctica y teórica de cirugía, que la muerte de su paciente fue debida a una chapuza que hicieron otros colegas al intentar extirparle unas almorranas bastantes grandes en contra de su opinión:
"El remedio de las sanguijuelas, al ser antinflamatorias y anestésicas,  es muy mejor  y más seguro que el rajarlas ni abrirlas con lanceta porque, al rajarlas algunas veces se vienen a hacer llagas muy corrosivas, y de abrirlas con lanceta, lo más común es quedar con fístula y alguna vez es causa de repentina muerte, como aconteció al serenísimo don Juan de Austria, el cual, después de tantas victorias (...) vino a morir miserablemente a manos de médicos y cirujanos, porque consultaron y muy mal darle una lancetada en una almorrana. Dieron la lancetada y sucedióle luego un flujo de sangre tan bravo que con hacerle todos los remedios posibles dentro de cuatro horas dio su alma a su creador, cosa digna y de gran lástima. Si yo hubiera estado en su servicio, no se hiciera un yerro tan grande como se hizo".

Al cadáver, se le practicó auptosia sobre la que el doctor Ramírez escribió: " nos encontramos el cuerpo negro y verde con manchas azules en pies y brazos, cerebro seco y corazón arrugado y marchito"-


 Sepulcro de D. Juan de Austria
Después de embalsamado, se enterró en Namur. Cinco meses  más tarde, para cumplir la última voluntad del difunto de que lo enterraran en España junto a su padre, se exhumó y para que el traslado fuera disimulado porque tenían que pasar por territorio enemigo, el cuerpo fue cortado en tres partes.Tronco cabeza y brazos en un saco; piernas hasta rodillas en otro y de rodillas a ingles, en otro. Cada saco, se introdujo en una caja.

Así, se desplazaron de Namur a  Nantes y de aquí, en barco hasta Santander y a continuación, a la  abadía de santa María de Párraces, cerca de Segovia, para recomponerlo cosiendo con hilo de oro cada uno de los trozos y lo introdujeron en un féretro, ya con todos los honores correspondientes.

Fue trasladado al monasterio de El Escorial en donde se le enterró definitivamente en un hermoso sarcófago de mármol blanco cargado de simbología: los guantes de la armadura se encuentran a los lados de la estatua yacente porque no murió en batalla y las manos que agarran la espada sobre el pecho, lucen dieciséis anillos, según la leyenda, uno por cada novia que tuvo. Esa misma leyenda dice que solo una vez fue profanada la tumba cuando Gonzalo de Vargas, tercer duque de Feria, lo forzó a escondidas para colocar un anillo de bodas por parte de su hermana, Blanca de Vargas, a la que le había prometido matrimonio sin cumplir dicha promesa.

Para saber más










miércoles, 9 de enero de 2019

EL BELLO OJO DE LA TUERTA



CÉSAR LEANTE  (Matanzas, Cuba, 1928)

Novelista, articulista y ensayista cubano con ascendencia mexicana. En 1981 pidió asilo político en España huyendo de la falta de libertad de expresión en su país y en 1993 se le concedió la nacionalidad española por residencia.
Ya en el exilio, criticó duramente al régimen castrista en diferentes ensayos.


Algunas de sus obras:

Novelas
-   El perseguido
-   Padres e hijos
-   La rueda y la serpiente
-   Los guerrilleros negros
-   El bello ojo de la tuerta
-   Pan negro
Ensayos
-   El espacio real
-   Fidel Castro: el fin de un mito
-   Hemingway y la Revolución Cubana
-   Gabriel García Márquez, el hechicero
-   Fidel Castro: la tiranía interminable

Durante años, colaboró en el periódico El País, con artículos muy interesantes. Como muestra, incluyo en esta reseña el aparecido el día 10 de junio de 1987.

​                                     Leer en España
"Como se sabe, Larra dijo que escribir en Madrid (luego se hizo extensivo a toda España) era llorar. Pues bien, en contrario, leer en España parece ser una fiesta -como el París de los veinte lo fue para Hemingway. El Retiro parecía corroborarlo con sus ristras de casetas de libros tan pegadas entre sí que era como si estuvieran copulando sin solución de continuidad. Una descocada copulación de más de 400 cónyuges.
Al menos eso pensaba, o sentía, o experimentaba, mientras desde la cafetería al aire libre donde estaba sentado miraba las casetas que se alineaban del otro lado de la calle y a la gente que viajaba entre ellas deteniéndose en ésta o en aquélla como insectos atraídos por un sutil tufillo a tinta de imprenta. Y realmente todo aquello tenía aire de feria, que es decir de fiesta. Quizá porque había una conspiración general para ello: la tarde que era mansa, la atmósfera fresca, el lugar grato, la concurrencia al reclamo de los libros aunque nutrida no sofocante. El caso es que a mi compañera o a mí se nos escapó jugando que si de algún modo podía figurarse la felicidad era como un libro, que estaba contenida entre dos tapas. Supongo que a mí, porque ella era una profesora española de literatura española en una universidad norteamericana, cartesiana (ella, no la universidad) y de un rigor crítico infranqueable.Repito que a mí debió ocurrírseme, porque además de tratarse de una imagen de dudoso gusto, era yo el que tenía una apetencia de libros afilada en la larga dieta cubana. Venía de un país donde, pese a todo lo que se diga, la opción a libros de calidad y a la variedad de ellos es magra. Recuerdo el pasmo con que al principio de mi estancia en Madrid contemplaba las vidrieras de las librerías y las mesas hartas de obras cuyos autores sólo conocía de nombre o que sencillamente no conocía. De nuevo aquel asombro se repetía multiplicado.
Se menciona que en España no se lee, que un elevado número de su población jamás abre un libro, ni siquiera un periódico. Supongo que debe ser cierto, pues está en las estadísticas, y las estadísticas no deben mentir. Sin embargo, cuando voy en el metro y miro a mi alrededor veo a muchas personas leyendo, sobre todo jóvenes, y leyendo libros. La proporción de los que viajan leyendo diarios o revistas es mayor. Claro, que estoy en Madrid, y en la capital de un país la abundancia es mayor en todo orden de cosas. Es posible que no ocurra así en Ávila o en Ribadeo. Pero me asalta una pregunta: ¿y los cerca de 40.000 títulos que se publican al año, bajo qué ojos van a parar? Bajo los del extranjero, se me podría responder; van a parar al potencial mercado de 300 millones de habitantes que tiene Latinoamérica, a los 25 millones de hispanohablantes que viven en Estados Unidos. Es probable. Desconozco las cifras de exportación de libros de España, aunque sé que son altas. Pero, aun así, la cantidad de volúmenes que se quedan en la Península no debe ser menguada. De algún modo el mercado interior debe absorber buena parte de la producción de libros españoles.
Si tras la guerra civil Argentina y México especialmente se hicieron del cetro editorial que hasta antes de la contienda ostentaba España -y gracias justamente a la. emigración de casas editoriales y de personal cualificado que la diáspora española regó por tierras de América, es incuestionable que a estas alturas España ha recuperado su sitial. A partir de los años sesenta y con editoras como Seix Barra¡ (para nosotros, los latinoamericanos, este nombre, y señaladamente el de uno de sus fundadores, Carlos Barral, tiene un acento mítico), Alianza, Plaza y Janés, lenta pero firmemente ha ido imponiéndose en el mundo de expresión escrita en castellano, y creo que no hay la menor duda de que en la actualidad ocupa el primer lugar.
España existe en el orbe editorial universal, no es un espejismo. Quizá comparadas con las de Estados Unidos, Alemania Occidental, Francia, Reino Unido, incluso Italia, sus cifras de impresión de libros sean más bien modestas. Pero para nosotros, lectores hispanovidentes, esas cifras son satisfactorias. Pienso que, cuando menos en el terreno de la literatura, no hay obra valiosa escrita en no importa qué lugar que más temprano que tarde no tenga su equivalencia en versión espaflola. De ahí que yo siga mirando con el mismo placer inicial los escaparates de las librerías o sumergiendo mis manos entre los tomos que, como el más tentador manjar, ofrendan las mesas bien servidas.
Creo no haberme equivocado cuando en la terraza de la cafetería del Retiro, teniendo frente a mí la línea de celdas iluminadas de libros, imaginé que leer en España era una fiesta, una feria perpetua, y que para algunos la felicidad puede caber entre las dos tapas de un libro, aunque la imagen no es buena; lo siento, pero no hay otra.
Comentarios al libro El bello ojo de la tuerta, en la página LEO, LEES, LEEMOS...



viernes, 4 de enero de 2019

¡YA VIENEN LOS REYES!


"Llegó el día soñado de Reyes. Se levantó corriendo y buscó en sus zapatos el regalo que le pidió a Melchor (era del único que se fiaba por ser mayor).
Al meter la mano, lo tocó y su corazón comenzó a latir tan fuerte que parecía que se le iba a salir del pecho.
Lo sacó con sumo cuidado no fuera a romperse, lo desplegó y dos lágrimas enormes rodaron por sus mejillas. ¡¡¡Por fin lo tenía!!!
Saltó, gritó y fue corriendo a abrazar a su madre que lo miraba feliz desde la puerta.
Ya podrían reunirse con su padre. 
Melchor les había dejado "los papeles que tanto necesitaban"...

                                                                Lupe Hernández