domingo, 30 de diciembre de 2018

¡FELIZ 2019!

Empezar el año el 1 de enero, se lleva a cabo desde que en 1582, el papa Gregorio XIII, reemplazó el calendario juliano vigente hasta ese momento por el que se festejaba en casi todo el mundo el 21 de marzo, coincidiendo con el equinoccio de primavera, por el calendario actual que tomó el nombre de “gregoriano” en honor del mencionado papa.

El origen de este cambio llegó a raíz de los acuerdos producidos en el Concilio de Trento. El objetivo era eliminar el desfase producido desde el I  Concilio de Nicea, en el 325,  en el que se intentó adecuar el calendario litúrgico al civil pero se cometió un pequeño error de cálculo en el número de días que tiene el año y que produjo un desfase de poco más de once minutos que se fue acumulando y en 1582, ya era de 10 días.
                          
Curiosamente, el germen del calendario gregoriano fueron dos estudios realizados en 1515 y 1578 por  científicos de la Universidad de Salamanca, que fueron enviados a la Iglesia. El primero no fue atendido pero el segundo sirvió como base al actual calendario mundial.

Mientras que empezar el año el 21 de marzo, recordaba el inicio de un nuevo ciclo de la vida después del invierno, comenzarlo el 1 de enero, se hacía coincidir con el supuesto día de la circuncisión de Jesús.

Los primeros en adaptarse al calendario gregoriano fueron los países católicos y sus colonias, en nombre de su obediencia al Papa. Los restantes  continuaron durante varios siglos más festejando su año nuevo el 21 de marzo.
El calendario gregoriano parte de la idea de que la Era Cristiana comenzó 1582 antes de su elaboración y aunque en él hay un error de un día cada 3300 años, es el que se utiliza universalmente porque un calendario no es importante por una enorme precisión en la medición del tiempo, sino por tener una precisión razonable y una fundamentación clara y aceptada por todos. 


miércoles, 26 de diciembre de 2018

GUIÑOS NAVIDEÑOS (VII)



MANOLILLO, EL PASTOR

¡ A las buenas tardes...!

Yo soy Manolillo,
de oficio, pastor
y natural de un pueblo chiquito de mi Andalucía.

Me puse en camino cuando me enteré
que ha nacido un Niño, ahí cerca, en Belén.
Un Niño que tiene ojos de luceros,
cabellitos rubios y en la barba holluelo...

Dicen que nació en medio del campo;
que el techo maltrecho de un humilde establo
quien lo cobijó.

Dicen que su Madre lo abrazaba mucho
como si quisiera meterlo en su pecho
porque la ropita que el Niño tenía,
(¡tan pobre que era!)
del frío de la noche  no lo protegía.

Dicen que unos hombres
que por allí estaban cuidando rebaños,
les llevaron queso, leche, manteca,
trozos de tocino,
mermelada, flan,
más ropa de abrigo
(¡hasta una bufanda!).
Al Padre, coñac.

Y dicen que el Niño, al verlos llegar, sonrió,
y fue su sonrisa como un manantial.

De un coro de ángeles se oyó el cantar.

Dicen que ese Niño nos trae la Paz...

Y aquí estoy... en camino...
Lo voy a visitar
porque también quiero al Niño adorar.

De regalo llevo racimos de uvas
y un zurrón de trigo.
Así, su Madre podrá preparar
con la uva, vino;
con el trigo, pan.

Y con mi guitarra, le llevo canciones.
Y en mi corazón, le reservo amores.

La gente del pueblo, al verme marchar,
me encargaron ruegos que al Niño he de dar:
     Que no falte el trabajo...
     Que esté caliente el hogar...
     Que no haya guerra... 
     Que no escasee el pan...
     Que bueno se ponga algún familiar...
     Que el rico, al fin, deje de abusar...

Y estoy en camino, pues he de llegar
aunque sea durmiendo al relente
o comiendo mal,
con zapatos gastados,
con dolor de pies...
Pero con el ánimo,
siempre, siempre,
sin desfallecer.
                                                                Rosa Daza     
      













martes, 25 de diciembre de 2018

GUIÑOS NAVIDEÑOS (VI)




CUENTO DE NAVIDAD: HASSAM

Mi nombre es Alba, tengo 10 años, estudio en un colegio donde tengo compañeros que no son de mi pueblo ni de mi país, pero viven aquí, han venido huyendo de la guerra.

Hassam, es uno de ellos. Tiene la misma edad que yo y este año es mi compañero de pupitre. Lleva dos años en nuestro colegio. Cuando llegó no le entendía muy bien cuando hablaba, pero ya ha aprendido tanto español que jugamos a enseñarnos palabras nuevas. He conseguido saber muchas en árabe. Mis preferidas son "jugar" que es laeib, pero se pronuncia laiba y  "correr" que es jawla y se dice llouleten.

Él, es muy listo y me cuenta cosas de su país que me ponen triste.

Sus padres decidieron abandonar su nación cuando el gobierno les obligó entregar a su hijo pequeño para combatir en el frente; solo tenía 11 años.

Tardaron un mes en recorrer los 3.000 km que los separaba de España. La decisión de venir a nuestro pueblo, donde se sintieron acogidos desde el primer minuto, fue porque conocían a una familia de su misma región, que llevaba un tiempo aquí.

La guerra ya ha terminado en su patria. Han estado implicadas muchas naciones, incluso grandes potencias mundiales. Después de 5 años de bombardeos, ha quedado casi entera destruida, pero muchos refugiados de distintas países de África y Europa están volviendo a sus casas, aunque son ellos mismos quienes tienen que rehabilitarlas. 

Hassam me contó que su familia también quería volver. Cuando nuestro pueblo se enteró, todos ayudaron. Hemos hecho excursiones, teatros, rifas de jamones y cestas de Navidad, aprovechando que ésta ya se acerca. Todo lo recaudado ha sido para ellos.

Antes de marchar, me dijo que él  ya se sentía un poquito español y un trocito de su corazón será siempre nuestro.

Toda su familia se siente en deuda con nuestro pueblo y  aún no terminan de creerse que vuelven a su hogar  y  llevan dinero para reconstruir su casa.

Todo el pueblo se emocionó el día que se marcharon y ahora estamos en espera de sus noticias.                          


                     Patro González

lunes, 24 de diciembre de 2018

GUIÑOS NAVIDEÑOS (V)




Relat
de Navidad
Las luces inundaban el centro de la ciudad. Una lluvia de sentimientos bondadosos inflaba los corazones de sus habitantes. Los más pequeños reclamaban sus dulces de mazapán y turrón entre sonidos de zambombas y panderetas. Las cajas registradoras de los  comercios parecían humear tal como castañas asándose en una chimenea.  Quedaba inaugurada oficialmente la temporada navideña.
En esta época del año la nostalgia se instala en mi hogar. A pesar de que llevamos residiendo once años en Sevilla, echamos mucho de menos a la familia que dejamos atrás, en México, quienes conocen a mis pequeños por fotografías.
Nos hemos adaptado muy bien a las costumbres del país y seguimos sus tradiciones, pero eso no quita que en fechas tan señaladas los ojos de mi marido y los míos se llenen de un halo de tristeza, de añoranza. Hoy es Nochebuena. Con el ajetreo en la cocina, la cena especial y los villancicos, el tiempo pasa rápido y los niños se van a la cama. Mi marido y yo nos miramos en silencio, hasta que él lo rompe diciendo:
- ¿Qué hará mi hermana Rosario de cena? Este año se reunirán toda la familia en su casa. ¿Y a tu hermano José Luis, cómo le irá la empresa?
Tras unos instantes pensativa, reaccioné. Saqué una botella de tequila de nuestra tierra, dos vasitos y del fondo del armario del comedor, la caja de fotografías familiares.
El resto de la velada fue maravillosa entre recuerdos y anécdotas:
- Aquí está la tía Guadalupe en el huerto persiguiendo al pavo de la cena, que un poco más, y la hace una corredora profesional.
- ¡Mira! ¡Qué pequeño estaba en esta foto José Luis! Ya apuntaba a lo que sería su futura profesión vistiendo las muñecas de la vecina Candela!
- Esta imagen es del día de final de la licenciatura ¡Ay, juventud, divino tesoro! ¡Y quién nos iba a decir por entonces que íbamos a emigrar a más de nueve mil kilómetros de nuestra región…!
- ¡Fue emocionante aquella acampada! La foto de la pandilla de amigos en la montaña, una primavera de finales de los ochenta, con “el tuercas” y su novia Consolación; ¡pobre pinche perder la vida tan joven en aquel accidente…!
- El retrato de la "abue" Carmelita ¡Guapísima con sus trenzas! Aún revivo la llantina que agarró cuando le dimos la noticia de nuestra marcha.
- En ésta, el bautizo de Panchito y el revuelo que liaron los titos cuando al sacerdote se le deslizó el pequeño en la pila bautismal…¡y éste, en vez de ponerse a llorar, rompió a reír  convirtiéndose en el chascarrillo de la comunidad durante mucho tiempo! 
La noche se transformó en un encuentro divertido y simpático con nuestra niñez, con nuestros recuerdos hacia los que nos dejaron, también hacia los que continúan aunque ausentes, rememorando a  todos aquellos que entraron y salieron por diferentes motivos de nuestras vidas.
Terminamos la noche, haciéndonos la promesa de ahorrar para el próximo año poder viajar  a nuestro país y seguir llenando la vieja caja de galletas con fotografías nuevas.
                                                  Elisa Tamayo





domingo, 23 de diciembre de 2018

GUIÑOS NAVIDEÑOS (IV)



¿FELICES FIESTAS?

 UNICEF

 Como cada treinta y uno de diciembre, mi familia y yo nos reuniremos frente al televisor de pantalla de plasma de 50” (pulgadas), con funciones Ultra Luminance y Local Dimming, para mejorar el brillo y el contraste, y, acompañados de los reiterados conductores que nos llevarán hacia las campanadas, recibiremos el nuevo año.
 La familia Márquez repetirá, como cada Nochevieja, la misma escena, las mismas bromas e incluso las mismas discusiones alrededor de los turrones, las uvas y el cava, productos estos, que la empresa de José Luis, mi marido, obsequia en la cesta de Navidad.          Año tras año se repite la misma historia. Mi suegra, comiendo y bebiendo hasta reventar aunque ella asegura que tiene perdido el apetito, pero es Nochevieja, y hace un esfuerzo. Mi cuñada Mamen, la hermana de José Luis, con sus mismas conversaciones “interesantes y trascendentes” acerca de las marcas de cremas y potingues que usa para su cuerpo. Los niños, destrozándome la casa. Ricardo, mi cuñado, con su cara de aburrido resignado que, desde las nueve de la noche  hasta las cinco de la mañana, permanece sentado en el mismo lugar y con el mismo gesto. José Luis, mi marido, baste con decir que es la Navidad personificada, y yo, con mi síndrome antinavideño, que si me coincide en los días previos a la menstruación, que tiemblen los pastorcitos del portal de Belén pues no me aguanto ni a mí misma.
Reconozco que los cambios hormonales son una gran excusa que tenemos las mujeres para justificar nuestro malhumor, pero lo que siento en estas fiestas nada tiene que ver con esto. José Luis piensa que sí y me disculpa de esta manera ante su familia.
Siempre he odiado la Navidad, el espíritu navideño y todo lo que se mueve alrededor. Y no es por ninguna razón en concreto, ni siquiera porque me recuerde la ausencia de mis familiares fallecidos. No, simplemente que no soporto esa “merenguería”. Nunca he entendido que se pudiese organizar tanto por la celebración de un cumpleaños, porque en realidad, lo que se celebra en Navidad, no es ni más ni menos que un cumpleaños. Creo que el Niño Jesús en vez de una cena tan suculenta, con una merienda-cena, tarta incluida, se hubiese conformado.
Si organizáramos la Navidad como un cumpleaños más, nos evitaríamos muchos disgustos pues las familias como muy tarde, a las nueve de la noche volverían a sus respectivos hogares, pero desgraciadamente, no es así.
Desde el veintiuno de diciembre hasta el siete de enero, me gustaría desaparecer o ser musulmana, o vivir en Marruecos, aunque claro, cuando comenzase el Ramadán seguro que preferiría ser cristiana. ¡Cómo soportar un mes de Ramadán ayunando hasta el anochecer y sin poder probar alcohol!
 Llegadas estas fechas, tampoco me importaría ser budista o vivir en Nepal. Los budistas también conmemoran el nacimiento de Buda, ni que decir tiene, que de una forma muy diferente a la nuestra.
En una ocasión que visité Nepal  coincidí  durante esas fiestas en Patan, una ciudad preciosa y monumental de ese país, donde se realiza un festival colorista con ritos, ofrendas, música y danzas por el centro de sus calles. Me pareció un espectáculo mágico y maravilloso aunque supongo, que si yo fuera budista y tuviera que celebrarlo cada año y por obligación, me cansaría igual que la Navidad. De todas formas, no imagino a ningún budista tan rebelde como yo.  Pero Oriente no piensa, ni siente, como Occidente.
 A veces me pregunto cómo sería la Navidad si a la Iglesia Primitiva, no se le hubiera ocurrido absorber la fiesta pagana del solsticio de invierno, donde los campesinos romanos rendían homenaje a Saturno, el dios de la agricultura, al término de la recolección de sus cosechas. ¿Y si hubiera elegido el solsticio de verano? ¿Se conmemoraría la Nochebuena el 24 de junio? ¿Se puede alguien imaginar a todas las familias encerradas en casa, con el aire acondicionado enchufado a la máxima potencia?  Sólo de pensarlo siento calor. ¿Y qué pasaría con esas cenas ricas en calorías y proteínas acompañadas de esos licores de alta graduación?
Pero lo que más detesto de estas reuniones familiares,  es contemplar a ese perfecto trío que forman mi marido, su madre y su hermana. Si en el Parlamento se pudiera reivindicar “el trío de hecho” mi familia política lo haría. Cuando los observo, pienso:  ¿por qué no se casó José Luis con su madre o con su hermana o los tres juntos?. Aunque lo que realmente me pregunto,  ¿cómo me casé yo con un hombre que coloca el Belén en Noviembre y disfruta y celebra tanto esa fiesta?
 Creo que  Cupido no tira la flecha al corazón, sino justo a los ojos y te deja ciega. Cuando conocí a José Luis le encantaba quitarse de en medio en Navidades y  viajábamos al extranjero o simplemente alquilábamos una casita en la sierra que nos hacía desconectar. No tengo conciencia de que le gustase tanto estas fiestas, pero claro, la mencionada flecha con el paso del tiempo, si no la cuidas, se deteriora, se cae y un buen día, recuperas la vista. Sería la mujer más feliz del mundo con tan sólo viajar hasta el Algarve portugués, por ejemplo y pasar unos días allí.  La Navidad fuera de casa y del entorno familiar la percibo de una manera más positiva. Aunque signifique lo mismo prefiero leer  “¡Bon Ano Novo!” que “¡Feliz Año Nuevo!”
Mi familia política incentiva a mi marido regalándole e intercambiándole figuritas del Belén y adornos navideños así que, no es de extrañar que se diviertan tanto.  Ellos ríen, se besan, bailan.,, En cambio, Ricardo y yo, nos quedamos contemplando el panorama.
Claro que José Luis, dice que yo lo que tengo son celos porque no tengo arraigo familiar. Para él, los componentes de mi familia son como los Simpsons, pero de carne y hueso.
Tengo que reconocer que algo de cierto hay. Mi familia es la de los encuentros sociales. Tan sólo si alguien se muere, se casa o se bautiza,  se reúne. No nos felicitamos en los cumpleaños, santos etc.; ni nos besamos ni abrazamos. Aunque cuando mis padres vivían parecíamos una familia más convencional. Admito que somos un tanto especiales.
Recuerdo alguna que otra Nochebuena que nos hemos reunido, y ha sido un auténtico desastre. Un año se me ocurrió “la feliz idea” de reunir a mis padres, mis hermanos, junto con mis suegros, mis cuñados y todos sus respectivos, incluidos niños. Pretendía librarme de una de las dos cenas navideñas y “matar dos pájaros de un tiro”, pero nunca mejor dicho, “me salió el tiro por la culata”.
Convencí a José Luis  para convocar a todos los miembros de la familia el veinticuatro de diciembre y así, el treinta y uno estaríamos los dos solos y podríamos tener una íntima y placentera Nochevieja. El resultado fue que estuvimos una semana sin hablarnos, él durmiendo en el sofá y yo sola en la cama.
Los padres de José Luis tenían por aquel entonces una segunda vivienda en una urbanización a las afueras de la ciudad. Era una casa enorme con seis dormitorios, una buhardilla y dos salones perfectamente equipados, el lugar ideal para reunirnos las dos familias, sin necesidad de volver a altas horas de la madrugada y circular con alguna copa de más. Así que todos accedieron convencidos de que podría ser una buena idea.
Aquel año pude comprobar con mis propios ojos que es cierto lo que dicen acerca de los bomberos sobre  sus grandes cualidades físicas, o sea, que están bastante “buenorros”. ¡Que nadie piense que me pasé la Nochebuena ligando con un bombero!, ¡eso me hubiese gustado a mí…!, ¡nooo!, simplemente que mi sobrina Marta, la hija menor de mi hermano Javier, mientras todos estábamos en el jardín contemplando los fuegos artificiales, cerró la puerta blindada de casa de mis suegros.
Por supuesto, las llaves de la casa, junto con la de los coches, los abrigos, la cena, etc., quedaron dentro escuchando el Mensaje de Navidad del Rey Juan Carlos. Supongo que el monarca no se extrañó de que no lo escucháramos un año más, y no es porque seamos republicanos. Simplemente,  a la hora en que se dirige  el monarca a los españoles, es poco apropiada:  justo cuando estamos todos apiñados en la cocina preparando los canapés.
Tuvimos que refugiarnos en casa de los vecinos de al lado,  esperar a que vinieran los bomberos y nos abrieran la puerta.  Los vecinos de mis suegros, la familia Villareal, son unos pijos insufribles, pero gracias al espíritu navideño y a que el Niño Jesús nacía justo esa noche, nos hicieron pasar a la cocina con los camareros y cocineros del catering que habían contratado.
Nunca he tenido una sensación más parecida a la de ser inmigrante o refugiada de guerra. Mientras ellos y sus invitados tomaban una copiosa y glamurosa cena, nosotros, las mujeres, los ancianos y los niños nos conformábamos con unos cuantos canapés fríos, patatas fritas, aceitunas y refrescos. Aquella situación no hubiese sido tan horrible si mi suegra no hubiera estado todo el tiempo lamentándose y llorando por su puerta blindada. Sin embargo, mis padres y yo, nos partíamos de la risa precisamente por la situación. A partir de entonces, decidí no tener ideas felices y no mezclar familias, y menos, fuera de casa.
Pero verdaderamente, yo no percibo bien estas fiestas, hasta que los vecinos del segundo derecha llaman a la puerta con la botella de cava,  gorrito y matasuegras en boca y nos invaden el salón. Es en ese momento, cuando la noche llega a su clímax y yo desearía tener poderes mágicos y desaparecer. No es nada personal, no son mala gente porque realmente, malos, malos, hay muy pocos en el mundo, pero en la vida no todo consiste en ser buenas o malas gentes.
Nos pasamos todo el año soportando sus movimientos bruscos de muebles, la música estridente de sus hijos adolescentes y los ensayos con el Karaoke de su hija de siete años que se prepara para ir el primer  programa de cualquier  canal de TV, donde los pequeños se disfracen  de mayores y aprendan ya a competir para ser los mejores. Sí, mis vecinos tienen una hija artista, una pequeña monstruo repelente, pero es artista, y yo no tengo nada en contra de la pequeña de los Martínez-Espejo, porque además, ella es una víctima de sus mayores, pero a mi pequeño Pablito me lo tienen totalmente traumatizado. Mi hijo con siete años de edad, no puede entender como su amiguita vaya a salir en la tele, canta tan bien y le hacen tantos regalos. ¿Y cómo le explicas a un niño de esa edad que la naturaleza reparte los dones y habilidades como le da la gana? Para su desgracia, el pobre mío, ha heredado el nefasto oído de su padre y es igual de patoso que su madre.
La pequeña Pantoja, como todos la llaman en el barrio, cada entrada de año nos deleita con sus canciones y sus bailes  y todos aplaudimos y coreamos a Vanesa, que así se llama. ¿Qué se podría esperar de una niña que tiene un padre poeta, una madre bailaora de flamenco y unos hermanos que también tocan en un grupo pop?
A pesar de todo, y a partir de ese momento, empiezo a encontrarme mejor, no sólo porque el efecto del alcohol, mi más fiel aliado navideño,  empieza a entrar en acción, sino porque tan sólo quedan cinco días para que esta pesadilla termine. Pero no cantemos victoria porque todavía quedan los Reyes Magos, aunque tengo que confesar  que  algo de ilusión me queda.
Los Reyes Magos, la primera decepción en la vida de un niño. Cuando me enteré de aquello me enfadé muchísimo con mis padres, me sentí engañada y entonces comprendí que no debía fiarme de nadie. Pero esos son recuerdos que quedan del pasado, el presente es aún peor.
Aunque España es un país de tradiciones y mi familia también, cada vez se impone más la costumbre de regalar como lo hacen los ingleses y americanos, por Papa Noel. Si no teníamos bastante con Los Magos de Oriente, se nos cuela el gordito anciano de los países del norte. No tengo nada en contra de la cultura anglosajona, pero me niego a hacer más gastos con el argumento  de que los niños tienen más tiempo para jugar, si les regalas la noche de Navidad. Además, los nuestros son magos, son tres y vienen en camellos, un medio de locomoción bastante más apropiado, teniendo en cuenta el cambio climático que está sufriendo nuestro planeta.
No sé cómo me sucede que todos los años se agota algún juguete de moda  que a mi hijo o a mi sobrino se les antoja y siempre digo lo mismo: “el año que viene hago las compras en noviembre”, pero es inútil. No hay nada más desolador que ir de hipermercado en hipermercado, chocando con una masa humana que se encuentra en la misma situación que tú, cargados de paquetes y carros repletos de alimentos como si se avecinase una crisis mundial y hubiese que almacenarlos. A medida que se llena el maletero del coche, disminuye la tarjeta de crédito, pero no importa, se escucha una música ambiental que dice así: ¡ Navidad, Navidad, dulce Navidad... 
¿Y qué decir de la lotería de Navidad? Para colmo, detesto los juegos de azar y sin embargo, todos los años caigo como una boba comprando lotería de Navidad. Odio los anuncios  que anuncian  el sorteo navideño que desde el mes de julio se anuncia en las vallas publicitarias.
 Porque el bombardeo publicitario es otra. Recuerdo aquel anuncio de turrones “El Almendro” que el ser humano más insensible del mundo, lloraba por los rincones cuando el soldado volvía a casa por Navidad. ¡Cómo manejan nuestros sentimientos!
“En estas fiestas tan señaladas” no sólo hay reuniones familiares, sino que cenamos, almorzamos, e incluso merendamos en pos de la Navidad. Algunos años he tenido hasta tres acontecimientos sociales al mismo tiempo. El almuerzo de mi empresa, la cena con los compañeros de trabajo de José Luis y la reunión de las madres de alumnos del colegio de los niños.  Se organizan comidas con los amigos, los compañeros del gimnasio, los antiguos alumnos de la carrera e incluso con la asociación de vecinos. Aunque siempre he detestado esta parafernalia cuando empecé a trabajar y no tenía niños, participaba en todos los festejos.  Siempre me he movido en un mundo de contradicciones, detesto las costumbres y normas sociales impuestas, pero disfruto con una reunión de amigos sentados en torno a una tertulia. Y gracias a esto, y a que soy amante de la buena mesa y disfruto cocinando, sobrellevo un poco mejor estas fiestas.
 Pero hace muchos años que dije NO. Alguna vez en la vida hay que aprender a decir, no. Recuerdo el último año que asistí a la comida de la empresa. Me pasé después seis horas vomitando. Independientemente de lo mal que me sentí físicamente, aquella cena navideña casi me cuesta el divorcio. Fue el año que se estrenó en España la película inglesa Full Monty y se puso de moda la secuencia tan famosa en la que los protagonistas realizan un strip-tease.
Mi jefe es un cantante frustrado. En su juventud tocaba la batería en un grupo de música pop de la época. Pertenecía a una familia acomodada que no aceptaba la afición del muchacho, así que su padre lo amenazó con desheredarlo si no se matriculaba en la universidad y estudiaba derecho. El resultado de esto, organizar un festín con él, significa acabar en un Karaoke y véase a un jefe adherido a un micrófono en mano.
Aquella noche bebí más que comí. La empresa organizó un gran banquete pero, no sé por qué, cené muy poco. Lo cierto es que en los postres nos obsequiaron con un elixir de ron cubano que estaba riquísimo y entre Rosa, la secretaria de mi jefe, y yo, acabamos con el regalo de la casa. No puedo, ni quiero recordar bien (pues sólo con pensarlo, todavía me sonrojo), cómo me encontré delante del escenario bailando la famosa música de la película de Full Monty. Toda la vida le agradeceré a mi amigo y compañero de oficina, Luis, que me sacara a tirones del escenario cuando empecé a quitarme la falda en presencia de toda la empresa. Regresé a casa con un solo zapato, sin las gafas y con el sujetador en el bolso.
¿Y cómo le explicas a tu marido que no pasó absolutamente nada? que yo recuerde ¡claro!, porque estábamos todos iguales de ¿bebidos? Si tu marido además, la bebida más fuerte que suele beber es Coca-cola light, ¿cómo va entender lo del elixir de ron?  Supongo que José Luis también le echará la culpa a Cupido, pues casarse con una mujer que le gustan casi todos los líquidos que contengan alcohol, eso tiene que ser asunto de Cupido. A partir de aquel día y en aras a la conservación de nuestra relación, se acabó lo único divertido que me sucedía en Navidad.
En fin, aquí estoy un año más, atragantándose con las uvas, en el mismo lugar y con las mismas personas, que no son ni mejores ni peores que el resto de los humanos, y aunque algunos ya no están, esto no me entristece, pues para mí, hoy, no es ningún día especial. A los míos, a  los que faltan, los recuerdo cada día sin esperar a que llegue la Navidad.
 Este año no voy hacer ningún propósito imposible de cumplir. Todos los años me propongo dejar de fumar, hacer deporte y adelgazar y siempre deseo que todo continúe igual. Esta entrada de año, voy a ser un poco ambiciosa y, como dicen los sudamericanos, este año pediré “que me vaya bonito”.
¡Bon Novo Año!

                                  Lola Rodríguez

sábado, 22 de diciembre de 2018

GUIÑOS NAVIDEÑOS (III)



NACER EN UNA PATERA
 CRISÓBAL MORENO TOLEDO.   Pintor con la boca

Sentados
sobre las tablas de la patera
separados
sin hablarse
ella
en cada movimiento de la barca
apretaba los labios
             y 
                   abrazaba su vientre
                                                  fuerte
                                                          fuerte
él
no la perdía de vista
ella
en uno de los bamboleos
                  miró al cielo
                                     negro 
                                              negro
y
dio a luz a su hijo
lo recogió de entre sus piernas
lo arropó con su manto
le insufló su aire
hasta que lloró 
                        cerca
                                 muy cerca 
                                                 un foco los deslumbró
algunos      
de los que iban en la barca 
se tiraron al mar  
en aquella fría noche
querían ser los primeros en salvarse
los componentes   
de la anónima familia
                         se quedaron                                                                                                                                           quietos                                                                                                                                                   quietos                                                                                                                                             esperando             
desde el barco de salvamento
 alguien en español les gritaba:                                                                                                   ¿están bien?    
él       
en su dialecto       
señalando        
el rebujo amoroso que ella portaba en el regazo     
contestó:        
acaba de parir a su hijo  
yo le estoy dando calor  
de inmediato acercaron la barca   
les ayudaron a subir    
ella        
llevaba en sus brazos    
a su niño y a la placenta   
la tendieron en una camilla   
arropándola con la manta que da más calor:     
la compasión       
allí mismo le cortaron el cordón umbilical    
que todavía les unía a África      
                              su niño mamaba           
el padre callado       
nunca se separó     
de su familia.


El poema “Nacer en una patera” es  una alegoría del nacimiento de un niño que se puede llamar Jesús o Mohamed. Estos niños nacen en el transcurso de la emigración forzada de sus padres, por las mil o más causas que les ocurren a los seres humanos desde que pueblan la Tierra, “su casa”.
Es una alegoría de la paternidad responsable. No hace falta que sea su padre biológico, quiere ser su padre y como tal lo quiere y acepta.
Es una alegoría de la familia, de los distintos tipos de familia que existen. En ellas solo predomina un factor común: El Amor.

                                                                      Maribel Martín





GUIÑOS NAVIDEÑOS (II)





                                                                       ¡¡¡FELICES  

            FIESTAS  Y
     
 PRÓSPERO    AÑO

             NUEVO!!!



























viernes, 21 de diciembre de 2018

GUIÑOS NAVIDEÑOS












Lotería de Navidad


El que espera desespera,
reza el dicho popular,
y es que por mucho esperar
en olmo no salen peras.

Con esto decir quiero
que por mucha fe que tengas
no te animes ni te avengas
a dirigirte al lotero.

Y decirle cual incauto:
«¡Qué número más bonito!
Dame un décimo, Benito,
que de esta me compro un auto.»

¿Acaso no has sido informado
de que esto de la Lotería
es un negocio a medida
de las arcas del Estado?

Si calculas la esperanza
de que te toque el boleto,
tienes que ser un inepto
si no lo tomas a chanza.
Este es mi recomendado:
Si en la Navidad te ofrecen
un número que parece
destinado a ser premiado

Procura que no te tienten,
porque te aseguro, amigo,
que es un dinero perdido.
¡La Estadística no miente!

Nunca busques la fortuna
pues cuanto más la persigas
siempre se te mostrará esquiva
como entre nubes la luna.

Tienes que ser más paciente,
mientras tanto ve tirando,
como siempre trabajando
con el sudor de tu frente.

Me llamarás aguafiestas
y no te faltará razón
pero es que jamás me tocó
lotería en estas fiestas.



José M. Ramos



jueves, 20 de diciembre de 2018

SOLSTICIO DE INVIERNO

BIENVENIDO INVIERNO LITERARIO

Alexánder Pushkin, La nevasca  



“Mas apenas Vladímir había dejado atrás las últimas casas y salido al campo, se levantó el viento y empezó tal nevasca, que le era imposible ver nada. En un instante, el camino se cubrió de nieve. Cuanto había alrededor desapareció en una neblina turbia y amarillenta, a través de la cual volaban blancos copos de nieve; el cielo se confundió con la tierra; Vladímir se vio en medio del campo y trató inútilmente de volver al camino; el caballo  avanzaba a ciegas y a cada instante tropezaba en un montón de nieve o caía en un hoyo; el trineo volcaba a cada paso. De lo único que Vladímir se preocupaba era de no desorientarse. <...> La nevasca no cedía, el cielo no se aclaraba. El caballo empezaba a dar muestras de cansancio y Vladímir estaba bañado en sudor, aunque a cada instante se encontraba hundido en la nieve hasta la cintura”.

Nikolái Gógol, Nochebuena


"Era el día de Nochebuena; atardecía, y al fin llegó la noche: una noche de esas de invierno, clara, espléndida. Comenzaron a salir las estrellas, y la luna se mostró majestuosa, como si quisiese iluminar aun más que de ordinario a la Tierra, dando así más brillantez a las coliadki  que glorifican a Jesucristo. Helaba más intensamente que durante el día, y reinaba tal silencio, que el crujido de la nieve bajo las pisadas podía oírse a distancia. Todavía no se había presentado ningún grupo de muchachos delante de las cabañas, bajo las ventanitas. Sólo la luna miraba a través de éstas como para invitar a las jóvenes, que aun estaban engalanándose, a lanzarse sobre la nieve crujiente. De pronto, de la chimenea de una de las cabañas salió una humareda, que se extendió a modo de nubarrón en el firmamento, y por ella se vio subir a una bruja cabalgando en su escoba".


Borís Pasternak, El Doctor Zhivago


"Helaba. Un hielo negro, espeso como fondos de botellas de cerveza, cubría las calles. Hacia daño respirar. Pinchaba el aire saturado de escarcha gris: pinchaba con la misma aspereza del blanco pelo de sus solapas, que se le metía en la boca. Con el corazón agitado caminaba por las desiertas calles. Por las puertas de los salones de té y los figones salían vaharadas de vapor. Emergían de la niebla las caras ateridas de los transeúntes, rojas como salchichas, los morros de los caballos y los hocicos de los perros, de cuyos bigotes colgaban carámbanos. Las ventanas de las casas, cubiertas de una espesa capa de hielo y nieve, parecían de yeso, y sobre su opaca superficie se movían los coloreados reflejos de los árboles de Navidad y las sombras de las personas, como si desde las casas quisieran mostrar a la gente las imágenes de una linterna mágica reflejadas sobre blancos lienzos".