domingo, 6 de mayo de 2018

DÍA DE LA MADRE


  LA MADRE (Máximo Gorki)

   Un clásico de lectura muy recomendable


 (...) " Durante la noche, cuando ella dormía y él leía en la cama, volvieron los gendarmes y comenzaron de nuevo a registrar, rabiosamente, por todas partes, en el patio y en el desván. El oficial de tez amarillenta se comportó como la primera vez, hiriente, burlón, complaciéndose en su desconcierto y tratando de herirlos en el corazón.
La madre callaba, sentada en un rincón, sin desviar los ojos de su hijo. Este trataba de contener su agitación, pero cuando el oficial reía, sus dedos se contraían de modo extraño, y ella comprendía que le costaba trabajo no contestar, que era duro para él soportar aquella mofa.
Pelagia tenía menos miedo que en la primera investigación: más bien sentía odio hacia aquellos hombres, vestidos de gris con espuelas en los tacones, y este odio absorbía el temor.
Paul consiguió susurrarle:
 - Van a llevarme...
Ella, bajando la cabeza, respondió muy bajo:
- Comprendo...
Comprendía, sí. Iban a llevarlo a la prisión porque aquel día había hablado a los obreros. Pero todos estaban de acuerdo con lo que había dicho, y tomarían su defensa..., lo soltarían pronto. Hubiera querido estrecharlo entre sus brazos y llorar, pero el oficial, a su lado, la miraba entornando los ojos; los labios se estremecían y su bigote se agitaba. Pelagia sintió que aquel hombre esperaba lágrimas, lamentos, súplicas. Reuniendo toda su voluntad, esforzándose por no decir nada, mantuvo sujeta la mano de su hijo y, reteniendo el aliento, lentamente, muy bajo, murmuró:
-  Hasta la vista, Paul... ¿Has cogido todo lo que necesitas?
 - Sí, no te preocupes.
-  Que Dios sea contigo.
  Cuando se lo llevaron, se sentó en el banco y, cerrando los ojos, sollozó suavemente. Apoyando la espalda contra el muro, como en otro tiempo hacía su marido, contraída por la angustia y la conciencia humillante de su impotencia, la cabeza baja, sollozó largo tiempo, vertiendo en el gemido monocorde todo el dolor de su corazón herido. Veía ante ella, como una mancha inmóvil, el rostro amarillento de bigotes ralos, cuyos ojos entornados expresaban satisfacción. Como una bola negra, se apretaban en su pecho la exasperación y la cólera, contra aquellas gentes que arrancaban un hijo a su madre porque buscaba la verdad. Hacía frío, la lluvia golpeaba los cristales. Parecía que, en la noche, alrededor de la casa, rondaban acechantes siluetas grises, de largos brazos, de anchas caras rojas sin ojos. Caminaban, y sus espuelas entrechocaban débilmente.
-    Si al menos me hubiesen llevado a mí también... -  pensaba (...). 
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