sábado, 28 de abril de 2018

ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES, 2017


  
Después de recibir el máximo galardón de las letras hispanas, Sergio Ramírez Mercado, que lucía lazo negro en la solapa en señal de luto por la situación de su país, comenzó su discurso dedicando el premio "a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando, sin más armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser República".
Siguió pensando en su país al ponderar " la naturaleza cultural de esa región marcada a hierro ardiente en su historia por los cataclismos, las tiranías reiteradas, las rebeliones y las pendencias; pero, en lo que hace a Nicaragua, también por la poesía. Todos somos poetas de nacimiento, salvo prueba en contrario (...)".
Centró el discurso en la figura de  Rubén Darío y a resaltar la influencia de su compatriota del que dijo que "abrió las puertas a generación tras generación de poetas siempre modernos, hasta hoy, con nombres como los de Carlos Martínez Rivas, y Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, honrados ambos con el premio Reina Sofía de Poesía Hispanoamericana; o el de Gioconda Belli.
Curioso que una nación americana haya sido fundada por un poeta con las palabras, y no por un general a caballo con la espada al aire.
Tres siglos después de Cervantes, él devolvió a la península una lengua que entonces resultó extraña porque venía nutrida de desafíos y atrevimientos. La lengua que era ya la de Cervantes, hizo a Centroamérica el viaje de ida cuando el 19 de agosto de 1605 llegaron a Portobelo los primeros ejemplares del Quijote; la que volvió, era una lengua que era una mezcla de voces revueltas a la lumbre del Caribe.      
La virtud de Rubén está en revolverlo todo, poner sátiros y bacantes al lado de santos ultrajados y vírgenes piadosas, hallar gusto en los colores contrastados, ser dueño de un oído mágico para la música y otro no menos mágico para el ritmo, sonsacar vocablos sonoros de otros idiomas, dar al oropel la apariencia del oro y a los decorados sustancia real, conceder a los aires populares majestad musical, hallar y ofrecer deleite en el acaparamiento goloso de lo exótico: “un ansia de vida, un estremecimiento sensual, un relente pagano”.

Fue emotivo el recuerdo de su madre como incitadora a la lectura de El Quijote y de su vínculo con Miguel de Cervantes.

Y, sobre su tarea de escritor, dijo cosas tan hermosas como:
"Narrar es un don que no brota sino de la necesidad de contar, esa necesidad apremiante sin la cual, quien se entrega a este oficio incomparable, no puede vivir en paz consigo mismo.
La escritura es un milagro provocado, Y no pocas veces, un milagro una y otra vez corregido. La página en blanco está llena de rastros, de sombras, de palabras fugitivas".



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