En la revista de Feria de Camas de 1969, se publicaba la colaboración de mi padre con el relato que ofrezco a continuación.
Me vais a permitir este pequeño homenaje a un hombre bueno que me inculcó el amor por los libros y la cultura.
Deseo que os guste.
Recuerdo
haber oído contar no sé dónde ni a quién la siguiente historia:
Un
señor abrió un establecimiento dedicado a la venta de libros en cierta
localidad, con tan poca fortuna que, pasado seis meses no había vendido más de
una veintena de ellos.
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Imagen: Celia Chaín Navarro |
Ante
el fracaso que tal negocio suponía y sin encontrar otros derroteros por los que
poder orientar sus actividades, tuvo la feliz idea de colocar en la puerta de
su establecimiento, un anuncio en el que se leía: “VENTA DE AMIGOS”, retirando
de su lugar el que antes existía anunciando al público la venta de libros.
Al
ser expuesto tal anuncio, una serie de curiosos comenzó a penetrar en el local
ávidos de averiguar qué era lo que en él se vendía. A
cada uno, el comerciante refería esta conocida respuesta dada por el célebre
poeta italiano Francesco Petrarca a unos amigos suyos cuando estos le
advirtieron (por estar el poeta siempre abismado en sus lecturas) que, de
seguir olvidándose de los deberes que la amistad y la cortesía imponen, se iba
a quedar sin ellos:
“Aunque viva alejado del
mundo, siempre tendré amigos cuyo trato es muy amable; amigos de todos los
tiempos y países que me ilustran en el arte de la guerra, en los negocios públicos
y en las ciencias. Con ellos no tengo que incomodarme para nada y están siempre
a mi disposición pues los mando venir o los despido cuando me place.
Lejos de importunarme,
responden a mis preguntas. Unos me cuentan los sucesos de siglos pasados; otros
me revelan los secretos de la Naturaleza; este, me enseña a morir bien; aquel,
me distrae con la agudeza de su ingenio y calma mis enojos con su buen humor y
jovialidad.
Hay algunos que
endurecen mi alma contra el sufrimiento; otros, me llevan por sendas de flores
halagado por risueñas esperanzas.
A cambio de tantos
favores, no piden más que un modesto lugar donde se hallen al amparo del polvo.
Cuando salgo de casa me
hago acompañar de alguno de ellos por las sendas que recorro pues, la
tranquilidad de los campos les gusta más que el bullicio de las ciudades.
- ¿Y quiénes son esos amigos? – le preguntaron.
- Esos amigos que tan bien me sirven y tan
poco exigen, son los libros de mi biblioteca".
Y
añadía el librero:
-
Sí,
amigos, los buenos libros son un erario y la mejor compañía.
Con
esto conseguía que la mayoría de las personas que habían entrado en su local
por curiosidad, fueran en adelante sus
clientes y que el negocio que parecía caduco, pudiera seguir adelante y
prosperar hasta llegar a ser el más floreciente de la ciudad.
Pero
no solo fue el avispado negociante el que se benefició con tal estratagema pues
la ciudad llegó a ser por la cultura de sus hijos, la más próspera del reino, y
estos ( muchos de los cuales llegaron a ocupar altos cargos), citados
universalmente como ejemplos del saber, dándose el caso de que en cada hogar
existía una biblioteca.
Hasta
aquí, lector juicioso, la historia de “EL VENDEDOR DE AMIGOS”.
Solo
me queda pedirte que procures que, como los vecinos de aquella ciudad, tu
mejor amigo sea un libro, que en tu hogar no falte un lugar ocupado con buenos
ejemplares y que con su lectura, nuestra ciudad llegue a ser de las más
ilustradas del país y citada, como aquella cuya historia oí contar, no sé dónde
ni a quién…
Ricardo Daza León