DISCURSO DE APERTURA DE LA FERIA DEL LIBRO DE SEVILLA, A CARGO DE LA ESCRITORA DOLORES REDONDO
LA IMAGINACIÓN ES UN GUARDIÁN INVISIBLE
He de comenzar dando las gracias, primero por el honor y la oportunidad
que se me brinda al encargarme este discurso.
Este, es un momento de fiesta y celebración que abre la puerta a lo que
será en los próximos días la fiesta del libro, de los libreros, de los autores,
de los lectores, de todos nosotros.
La distancia que durante todo el año separa al autor
de su lector, se limitará a la frágil barrera de libros expuestos a uno y otro lado de las
casetas. Una barrera que lejos de ser barricada que impida la comunicación, ha
sido, es, y será fuente para las palabras y el conocimiento de la humanidad: el
libro, el elemento en torno al que celebramos y festejamos esta fiesta, el
homenajeado de hoy. Porque si algo nos distingue a los que nos ponemos a uno y
otro lado de las casetas en la feria, es nuestro amor a la lectura, es la
creación vista desde dos realidades, la del autor y la del lector en un espacio
nuevo, íntimo, en el que convergen fisicidad y evocación y la posibilidad de
que este entorno de mágico encuentro se siga celebrando cada año, queremos
agradecérselo a eventos que, como este, como Feria del Libro de Sevilla, vienen
haciendo desde hace mucho tiempo, tanto por la lectura.
Gracias por el honor, gracias por acompañarme, gracias por atreveros a
escuchar mi credo, aquello en lo que creo.
Que creo en lo invisible, lo sabéis todos los que me leéis. Creo en la
valentía, en la lealtad en el amor, en la amistad y en la magia. Creo en las
perfectas casualidades que conforman las tramas del destino y de los hados que
siguen tejiendo mi camino con hilos que
algunos llaman suerte y en los que yo reconozco la batuta invisible de la magicalidad,
componiendo sinfonías de felices casualidades que no me creo, esa sí que no.
Cuando me invitaron a hacerme cargo de este discurso, de este evento, me
sentí honrada, feliz y un poco preocupada porque, unido a la invitación,
siempre viene el encargo y la propuesta de un tema, pero bueno, como os he
dicho que no creo en las casualidades, mis esperanzas se vieron satisfechas
cuando me pidieron que hablase del fomento de la lectura, del lema que es este
año objetivo de la Feria y lo que viene siendo el mayor y más fiel de mis
amores y de mis amantes en toda mi vida: la lectura y de un hecho que quizás es
el más importante de toda mi vida: el momento en que aprendí a leer porque creo
que, del mismo modo que los primeros pasos que da un bebé, la aproximación a
los alimentos o al lenguaje oral, la lectura, ha de formar parte de lo básico
siendo uno de los aprendizajes indispensable que conforman al ser humano, sienta
las bases de cómo se comunicará, de cuál
será su entendimiento, hasta qué punto será fecundo su aprendizaje, o la
facilidad o dificultad que entrañaran sus relaciones con los demás pues el
cimiento de lo que nos conforma como seres humanos, y heredamos de todas las
civilizaciones que nos precedieron, lo aprendemos de modo instintivo por
imitación.
En los dos primeros años de nuestra vida, se da este fenómeno. Cualquier
experto en comunicación, socialización o nutrición os dirá que si en estos
primeros momentos no se crearon las bases del aprendizaje, tratar de
instaurarlas más tarde acarreará dificultades que en algunos casos, jamás serán
superadas. Puede parecer baladí hacer hincapié en la importancia de aprender a
leer en la infancia, al fin y al cabo, vivimos en un país alfabetizado en el
que todos aprendemos a leer cuando somos muy pequeños y en base a ese
aprendizaje se cimenta la educación y los conocimientos que adquiriremos
durante toda nuestra vida.
Entonces, si todos aprendimos a
leer, si fue a través de la lectura como el conocimiento caló en nosotros con
los textos escolares, si todos entendemos la importancia de reconocer la
simbología de la que estamos rodeados con carteles, con anuncios, con lecturas
que aparecen por todas partes hasta en el whatsApp de nuestro móvil, todos
conocemos y reconocemos la lectura como elemento principal del saber, ¿cuál es
la causa de que nuestro país ocupe un vergonzoso lugar en los puestos de
lectura mundiales?
Tengo un recuerdo fresco, lo tengo fresco a fuerza de evocarlo, un
instante muy especial. Yo tenía casi cuatro años, tenía tres todavía, e iba de
un lugar a otro con una cartera de cuero muy parecida a la que llevaban los
carteros de antes porque los de ahora ya no llevan eso. La llevaba repleta de
cuentos, coloridos troquelados de cartón que constaban apenas de una docena de
páginas cuyos dibujos yo estudiaba hasta el mínimo detalle. Recorría la casa y
hasta salía a la calle a una plazuela en la que los niños jugaban y los vecinos
tomaban el sol, y buscaba un adulto. Le
tendía mi cuento y decía ¿me lo lees? Sonreían y me lo leían. Mientras, yo
escuchaba fascinada una historia que casi me sabía de tanto oírla.
En cuanto terminaban, yo ya tenía otro preparado: ¿me lees otro? Pocas
veces conseguía que me leyesen dos seguidos por lo que emprendía otra vez mi
marcha en busca de otro incauto que se aventurase a preguntarme qué llevaba en
mi cartera.
Mi peregrinaje terminó cuando mi madre me convenció con un argumento que
esta vez no pude rechazar porque ella ya lo había intentado otras veces.
Siempre me decía: deberías aprender a leer solita. ¿Quieres que te enseñe?
Yo miraba las letras, muchas, enrevesadas, y le decía: no, léemelo tú.
Pero esa vez me dijo: si aprendes a leer, no tendrás que ir buscando
voluntarios, podrás leer las historias cuando quieras y cuantas veces quieras,
de día o de noche. Esta promesa resultó más seductora. La independencia y la
libertad siempre han sido argumentos válidos para mí. Recuerdo los días que
siguieron: primero, el esfuerzo de juntar letras. Lla magia cuando finalmente
pude descifrar el mensaje oculto, impenetrable hasta entonces. Fue uno de los
momentos más importantes en mi vida. Lo recuerdo a menudo, lo recordamos en
casa y fue uno de los momentos más mágicos de mi vida: cuando pude leer sola.
Muy parecido seguramente a como la mayoría llegamos a la lectura.
Pero leer pudo haberse convertido en lo que es para muchos, tan solo el
vehículo por el que se afronta la obligación académica: los deberes, las
historias que no nos interesan, las lecturas obligadas. Y no es que mi mundo
académico haya sido distinto al de los demás. Independiente e imaginativa como
era desde muy pequeña, el universo escolar me resultó tan aburrido como haya
podido resultárselo al que más.
Entonces, ¿por qué mi entusiasmo por la lectura no naufragó en el
proceloso mar donde fue a parar el gusto por los cuentos de tantos y tantos
niños? ¿Por qué me sigue encantando?
Yo sé dónde está la diferencia. Sé por qué seguí amando leer. Sé por qué
ni los deberes ni el texto académico ni leer una y otra vez aquella lección que
no entraba, consiguieron apartarme del sentido primigenio que tuvo para mí la
lectura. La sensualidad, la aventura, la transgresión, la fuga y la
desobediencia que suponía leer, lo que yo quería leer.
Y fue el modo en que la lectura llegó a mí. Porque mucho, mucho antes de
que yo aprendiera a juntar las letras revelando sus sonidos y significados,
mucho antes de que pudiera tomar uno de aquellos cuentos de mi cartera ya me
había enamorado de la lectura, leyendo en la voz de otros. Conocía de memoria
las historias que se narraban en aquellos cuentos. De tanto oírlos me
adelantaba a la explicación del narrador antes de que llegase. Porque aprendí a
leer igual que aprendí a contar hasta diez, sin saber los números, sin saber
siquiera que eran, a pintar sin saber los colores, el nombre del pan y del agua
sin saber que eran o de dónde salían, simplemente, me los llevaba confiada a la
boca. Mi madre me enseñó a caminar de su mano antes que a correr, a balbucear
antes que hablar, a cantar antes que las notas musicales y amar la lectura
antes que a leer.
Cada noche me leía un cuento y, como Sherezade en la mil y una noches se
sabía contener el final de la historia y la dejaba aplazada hasta el día
siguiente dándome la oportunidad de revivir mentalmente todos los elementos que
ya conocía e imaginar la continuación de la historia que seguía representándose
en mi mente. No solo me enseñó a escuchar, sobre todo, me enseñó a imaginar y
para ello no necesitó una pantalla, un tablet, un guión de ilustraciones ; tan
solo dejarme en ascuas hasta el día siguiente promoviendo así esa sensación de
poder, de fuga, de evasión inigualable que sigo sintiendo cuando leo.
Os emplazo a leerle a los niños, contarles historias, las que sean, las
de su propia familia, las de su propia ciudad. Dejadles imaginar cómo eran las
calles, los barcos que navegaban el río, el ropaje de la gente,..
Olvidad por un instante el fin académico de las lecturas, las historias
aleccionadoras y los juegos sobreestimulantes destinados a que aprendan a ser
ordenados o a que se laven los dientes, que ya habrá tiempo para eso. Dejadles
soñar con mares agitados por la tormenta, con marinos valientes que mantienen
su barco a flote. Con ciudades arrasadas de lava candente del volcán que solo
se duermen enterrados quizás bajo su propia casa y fantasmas, presencias entre
este y otro mundo, quizás los dueños originales de aquellos tesoros.
Apagad la pantalla y encended la imaginación con historias que ellos
puedan completar con sorprendentes teorías y quizás, así consigamos que cuando
llegue la formación, las lecturas obligadas, los deberes, vuestro hijo siga
amando la lectura y siga sintiéndola como evasión .
Que la imaginación se convierta en el guardián invisible que persevere el
amor por los libros.
Tengo la inmensa suerte de ser una de esas autoras que llegan por igual a
hombres que a mujeres, que a chicos muy jóvenes y a personas mayores. Una de
las cosas que más me satisfacen es saber que mis novelas son lecturas en muchos
institutos. Algunos educadores ya han dado un paso en la dirección, a mi gusto
adecuada, dejando que sean los chicos, los adolescentes, los que propongan, al
menos, el grueso de las lecturas escolares. No por esto propongo olvidar la
importancia de leer los clásicos, pero abogo por las lecturas tuteladas y
presenciales, en clase, en voz alta. Porque muchos de los libros que fascinaron
a generaciones pasadas que forman parte del grueso de nuestras librerías,
resultan hoy anacrónicos, aburridos y carentes de interés si la lectura no se
acompaña del conocimiento de un lector avanzado que explique la obra, como lo
hacía mi madre.
Comentar un clásico poniendo en valor el momento histórico, social, la
crítica que encierra o a las vicisitudes a las que tuvo que enfrentarse el
autor al escribirla, la censura de la época o el escándalo que supuso en su
momento narrar ciertas historias, contribuye al interés, al debate y al respeto
al autor. Y yo misma confieso, que en más de una ocasión me he acercado a un
libro, solamente porque estuvo prohibido, porque fue censurado o porque resultó
escandaloso en su momento.
Cerca de donde vivo, en Tudela, hay un poeta, Pepe Alfaro, que en su
juventud fue seminarista. Él me contó esta anécdota: me dijo que en su convento
había una estantería de libros prohibidos con un hermoso cartel que así rezaba “Libros
prohibidos”. Enrejada y custodiada por un grueso cerrojo. Solo que el
bibliotecario, a menudo se olvidaba, por descuido, la llave sobre la mesa e
incluso sobre el armarito. Así que, cuando salía de la sala, como digo, solía
olvidarla. Mi amigo me contó que en el tiempo en que estuvo en el seminario,
tanto él como sus compañeros, leyeron todo el contenido de la estantería.
Así pues, la importancia de estimular el deseo, de ofrecer la libertad
que da leer lo que deseas, es sin duda,
impagable.
Ya os he contado que adoré leer en mi infancia pero en la adolescencia la
necesidad de acceder a nuevas historias supuso una cota insostenible para mi
familia. Soy la hija de un marino, la mayor de cinco hermanos. Éramos socios
del Círculo de Lectores y cada mes o mes y medio traían un par de libros a
casa. En menos de una semana, yo, ya los había fulminado, así que, hubo que
buscar nuevas fuentes. Vivía en un quinto piso sin ascensor y, como era
costumbre en la época, seguro que muchos lo habéis experimentado, me detenía en
los descansillos para charlar con las vecinas que tenían las puertas de casa
abiertas y te comentaban qué estaban cocinando, qué habían hecho para comer. Yo
aprovechaba para otear en el interior de sus casas y ver si tenían libros y
pedirles que me los prestaran. Así, leyendo de prestado e intercambiando, obtuve
una salvación temporal hasta que por fin descubrí las bibliotecas públicas.
El compromiso con el fomento de la lectura, se ha convertido en una de
mis principales labores en los últimos años y considero que es importante
labrar la cantera de la imaginación de los niños, antes, incluso, de enseñarles
a leer, pero es a las bibliotecas públicas hacia donde debemos dirigir nuestros
mayores esfuerzos. Las bibliotecas y sus clubes de lectura.
El reducto que se ha mantenido inquebrantable durante estos duros años de
la crisis, de la piratería y del libro electrónico que hasta hace muy poco
amenazaba con hacer caer el imperio del libro impreso, el más hermoso invento
de nuestra civilización.
Las humildes bibliotecas públicas y los clubes de lectura, se han convertido
en los últimos tiempos, en la esperanza y el bálsamo para el daño que nos
causan las deplorables cifras de lectura en nuestro país.
Recupero la fe cuando les veo, cuando veo el compromiso, la labor y el
trabajo diario que acometen personas que aman leer tanto como yo. Hay esperanza
porque contra esas vergonzosas cifras del nivel lector, han surgido centenares
de grupos de lectura presenciales, on line o incluso a través de grupos de whuatsApp.
Personas que se citan personal o virtualmente, para debatir, para ilusionar, para alentar en la
lectura. Y el trato constante con ellos, de mi trabajo con muchos de esos
clubes de lectura, ha surgido la convicción de que es en las bibliotecas, cunas
del saber y del poder de nuestra civilización, donde puede estar la cura o, al
menos, el alivio para la mitad de los males que aquejan a nuestro nivel lector.
Creo en la importancia de dotarlas con un número suficiente de novedades
que estimularían más a la lectura y a la participación de esos grupos con los
que me vuelco como autora, con los que participo constantemente reuniéndome en
cada ocasión con entre 400 y 700 lectores. Mañana mismo lo haré en Toledo.
Lectores que leyeron mis novelas en libros prestados como mucho tiempo leí yo.
Creo que debemos trabajar e invertir en campañas de sensibilización de la
lectura como algo cotidiano, divertido, social y accesible pero también como un
arma. Como un arma poderosa contra la ignorancia y contra la intolerancia. Creo
que debemos llamar la atención sobre la importancia de leer como elemento
principal e insustituible para el aprendizaje y de la comprensión lectora que
es casi tan importante, como elemento
indispensable para una mejor y más clara percepción de nuestro mundo y de
nuestras libertades. Porque es imposible la paz y la igualdad sin tolerancia,
porque es imposible la tolerancia sin comprensión y es imposible la comprensión,
sin comprensión lectora.
Así que, os invito a haceros el carnet de la biblioteca si no lo tenéis,
a regalárselo a vuestros hijos como regalo de cumpleaños y como evento
especial, a llevar a vuestros libros a pasear, a llevarlos como complemento de
moda, llevarlos por la calle porque un libro es el complemento perfecto: os
hará interesantes por fuera, pero sobre todo, por dentro
Dolores Redondo Meira, ( San Sebastián, 1969)
Alcanzó gran popularidad con su trilogía de novela negra Trilogía del Baztán (El guardián invisible, Legado de los huesos y Ofrenda a la tormenta).
Ha obtenido el Premio Planeta, 2017, por su novela Todo esto te daré.