Un bonito texto para recordar a todas aquellas madres que ya no podemos felicitar directamente pero que siguen ocupando un lugar en nuestro corazón.
La historia de nuestra madre se
escribe con una palabra: renuncia.
Una palabra que ella transformó en
la estación total de su vida pues, no hubo otro tiempo que el nuestro.
Todos los días, desde muy
temprano, sus manos ponían en estado de gracia las cosas para ofrecérnoslas con
un amor tan secreto que hasta de su nombre se desposeía. En su limitado
territorio: pasillo, ventana, butaca… cabía el ilimitado horizonte de nuestros anhelos, sueños y amores. Por eso, a veces se
quedaba dormida frente al televisor, nublada
con el cansancio luminoso de alzar a los demás.
Y, cuando sentía en su carne la
incomprensión y hasta el olvido, se quejaba tan limpiamente que nunca había
reproche sino sólo herida.
Supo nuestra madre, las mareas
todas de la vida. Por eso, en sus palabras había una alunación que nos
trasladaba a verdades elementales que, con nuestros actos, continuamente negábamos. Palabras que la desataban tanto
por dentro que la hacían invisible y sus pasos entraban en nuestros años con el
cielo fijo de la infancia para que, en un momento, por nuestro pecho pasase la
estrella fugaz de la inocencia.
De niños, la falda de nuestra
madre fue un cálido plumón donde sin saber, invocábamos el latido purificador
del llanto.
Siempre la última, nuestra madre:
la última en sentarse a la mesa, en conocer los nombres y deseos que callábamos, en abrir la
puerta de nuestras alegrías… Siempre llegando tarde a nuestras bodas con la
vida y a tantas despedidas… Siempre sola, nuestra madre, con esa soledad de
astro quemado por su propia luz.
Materia de olvido por amor,
nuestra madre sigue siendo, aún después de muerta, la altitud de nuestra
mirada, el claro que se abre en medio de la tormenta, el regreso a la antigua niñez. .
Todo lo que no le dijimos, se
vuelve ahora remordimientos, presencia transparente de quién nos abrazaba con
la mirada mientras nos íbamos separando…
Todo lo que no comprendimos se
nos vuelve ahora horizonte.
Más allá de ella misma, ¡con
cuánta claridad nos habla…!
De nuevo, ya muerta, nos concibe
y la vida es un largo sueño…
Javier Lostalé (Madrid, 1942) estudió Derecho, pero su vida profesional se ha desarrollado prácticamente, en RNE como presentador de ‘El ojo crítico’ y "La estación azul’, del que fue codirector. El texo que presentamos, se emitió en radio 5, en el programa "Libros de arena".
Su dedicación a la promoción de la lectura fue reconocida con el premio Ondas y el Nacional de Fomento de la Lectura.